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104 MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA mente y, por obviar la nota, pedía le cerrasen las puertas así en la iglesia como en el aposento donde dormía. 11.-Conservó siempre el rigor de vida con que vivía y de calidad que en aquel último período de su carrera no comía otra cosa que un pedazo de torta de arroz, cocida de un día para otro. Llegó el de su dichoso tránsito y llamó a su huéspeda, dióle las gracias de la caridad que le había hecho; y sin duda que no quedaría menos ganan– ciosa por ella que la otra viuda de Sarepta que hospedó en su casa a Eliseo. Pidióla avisase al cura para ·que le administrase los santos Sacramentos de la Iglesia. Ejecutóse así y de allí a breve rato, sin preceder enfermedad o acci– dente, entregó su bendita alma en manos del Señor celestial. Con que podemos decir de nuestro santo anciano y venerable Padre lo que se lee en el texto sagrado de aquel gran caudillo del pueblo de Dios Moisés, que murió por obediencia de su Criador, pues si no se lo mandara, parece no se atreviera la muerte a ejecutar en él los rigores de su guadaña: Mortuusque est ibi Moyses servus Domini in terra Moab, jubente Domino (107). 12.-Preciosa fué siempre en los ojos de Dios la muerte de sus atnigos y escogidos: Pretiosa in conspectu Domini mors sanctorum ejus: así lo canta el rey profeta, pero la de Moisés tuvo muchas circunstancias que le hicieron muy plausible aun entre los hombres, y una de ellas fué cuidar el mismo Dios de su sepultura para mayor decoro de su gran siervo: Et sepelivit eum in valle terrae Moab contra Phogor; otra, que hasta hoy nadie ha podido encontrar su sepultura: Et non cogno~t horno sepulturam ejus usque in praesentem diem. Raras circunstancias por cierto y bien llenas de tnisterios; pero si reparamos en lo que sucedió con nuestro V. Padre Fr. Serafín de León, juzgo las veremos reiteradas. Murió, jubente Domino, según dijimos, como Moisés, y apenas murió cuando el Señor soberano con su divina virtud celebró sus exequias con varios prodigios y entre ellos haciendo que se repicasen por sí mismas las campanas de la parroquia de la Asunción de nuestra Señora, donde se le dió sepultura. Notó el cura la impropiedad del toque, por no ser conforme al rito de la Iglesia, la cual acostumbra en tales ocasiones clamorear las cam– panas en estilo que provoque a compunción, a llanto y compasión del difunto. Reprendió al sacristán, pareciéndole era descuido o ignorancia suya, y halló que las tnismas campanas, por divina virtud, se repicaban, no en otro estilo que como se acostumbra cuando entierran los niños recién bautizados, que llaman tocar a ángel. Pero ¿qué mucho si era un serafín por quien tocaban? Hizo el sacristán las diligencias para obedecer al cura y sujetar las campanas, (107) Deuter., 34, 5.

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