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MISIONES DE LA ZINGA, BENÍN, ARDA, GUINEA Y SIERRA LEONA 103 de años y ya falto de fuerzas para trabajar, resolvió retirarse de los gentiles y recogerse a Cacheo, pueblo de cristianos, que dista de Logos como cien leguas. En este último viaje pasó por la isla de Bisao y saliéndole a recibir el capitán Manuel de Silva y otras personas principales, que le veneraban·como a padre de sus almas, le preguntaron a dónde iba; a que respondió el siervo de Dios, diciendo: Sabed, hijos, que ya mi último día está cerca y voy a morir adonde haya ministro e iglesia. De esta respuesta arguyeron los circunstantes que Dios le había revelado el día de su muerte; lo cual se comprobó después, diciéndoselo con toda claridad a los de la casa donde murió en Cacheo (106). 9.-Aquí le salieron a recibir con igual estimación que los de Bisao; dióles a entender cómo se retiraba ya a morir. Hospedóle en su casa una viuda anciana, madre del vicario de Cacheo, persona piadosa y acomodada. Halló esta población dividida en sangrientos bandos y discordias entre los sujetos más principales de lo eclesiástico y secular; procuró el santo Padre compo~ nerlos, pero, viendo que no bastaban razones, apeló a la última diligencia y con celo maravilloso, estando diciendo misa, después de la consagración, tomó la sacrosanta Hostia y con ella en las manos se volvió hacia el pueblo, y como se hallasen presentes las cabezas de los bandos y casi todo el pueblo, les hizo una plática gravísima, amenazándoles, si no trataban de concordarse, con el castigo del cielo y con la ira de Dios, añadiendo que les pedía por amor y reverencia del augustísimo Sacramento cesasen los rencores y que fuesen amigos. Hizo esta acción y plática tanta mella en· los corazones, que todos se exhalaban en lágrimas y luego inmediatamente se compusieron allí las enemis– tades, piqiéndose perdón unos a otros y abrazándose caritativamente. Con esto cesaron los bandos y se conservó en paz y concordia aquella población. 10.-Mientras pudo nunca dejó de decir misa, pero, como le fué faltando la vista y las fuerzas, llegó a estado que ya no pudo menearse. En este tiempo, por no privarse del manjar soberano que da vida y es salud eterna, para quien dignamente le recibe, se hacía llevar todos los días a la iglesia en una silla; allí oía misa y comulgaba y pasaba casi todo el día en altísima contemplación. Mandábale al sacristán que cerrase la iglesia y se fuese hasta la hora que volvían por él para recogerse. En este tiempo, desdoblando las velas de sus tiernos afectos, se engolfaba su alma en el mar inmenso de las misericordias hasta que poderosamente era arrebatado a lo más alto. Sucedióle esto muy frecuente- (106) Esta núsma tradición parece recoger el P. Faro al afirmar que «cuando se le iba acabando el tiempo de la vida, fué Dios servido llevarle a la población de Ca– cheo para allí darle una buena muerte en pago de una buena vida, y así murió acompa– ñado de sacerdotes y con todos los sacramentos» (Ibid., 59).

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