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MISIONES DE LA ZINGA, BENÍN, ARDA, GUINEA Y SIERRA LEONA 91 Ronda, que fué el inmediato que le sucedió en el ministerio. A todo lo cual añadiremos las noticias particulares que tenemos de los religiosos de esta pro– vincia de Castilla, de quien fué dignísimo Provincial, que son los últimos que pasaron a Sierra Leona a la conversión de aquellos infieles. 4.-«Jesús, María, Francisco.-La gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con Vuestra Caridad y le consuele como a mí me ha consolado con su carta y las buenas nuevas que me da de su vida y salud, que bien será menester para sus alentados deseos; en cuya ejecución fácilmente creeré yo ha pasado V. C. no sólo por la autoridad de quien lo dice sino también por la que la experiencia en parte nos muestra. No he dejado de dolerme, llevado de compasión, de que entre tantos varones apostólicos que acompañan a V. C., no hubiese alguno que se alentase a ayudar a esta misión de Guinea con los informes que como testigo de vista he dado al Patriarca D. Juan Hurtado de Mendoza, de la falta grande que hay de Padres para la misión y progresos de la santa fe.» 5.-«Pues es cierto que no se ha bautizado un grande emperador, llamado de los Sapis, y otro rey que tiene muchas tierras, sólo por falta de minis– tros (93). Porque yo no he podido asistirlos por la ocupación que tengo en cuatro puertos de cristianos, de bautizar a sus hijos, a los de sus esclavos y a (93) El P. Anguiano acotó entre paréntesis: «Nótese que después fué y los bau– tizó, según veremos adelante.» Parece que a éstos, rey y emperador, debe referirse una de las cartas del P. Serafín dirigida a la Con gregación (APF, SA, v. 248, ff. 59, 60), donde dice que él sólo no podía atender a cuantos solicitaban ser bautizados, entre ellos «un rey grande y po– deroso, el cual hacía cuatro años andaba importunando para ser bautizado»; no pudo ir a él por falta de embarcación, pero el año 1654 se dirigió al reino de dicho monarca con ánimo de instruirlo; estuvo allí ocho días, en los que pudo darse cuenta de la lucha que en su ínterior había, sobre todo por motivo de la poligamia -; por desgracia tuvo que volverse luego sin lograr bautizarlo. El emperador era el Gran Farma, emperador de los Sapis, en cuyo reino un Padre jesuíta había levantado una iglesia y hecho una pequeña cristiandad; el P. Serafín reedificó allí la iglesia, volvió a r eunir las cristiandad, casó a 150 que vivían en con– cubinato y procuró íntensificar su apostolado entre otros pueblos vecínos que contínua– mente le llamaban. Pero el Gran Farma había cometido un pecado, en complicidad con otros reyes y señores vecinos, robando a un capitán portugués e intentando luego matarle , no ha– ciéndolo por haber íntervenido una cristiana rica que dió para ello la mitad de sus biene s. El P. Serafín trató de ayudar al colono y para ello en el pueblo de Mafonte, en medio de la plaza y en presencia de todos, echó en cara al emperador su pecado, así como los delitos de idolatría y deshonestidad tanto del emperador como de los otros reyes y fidalgos, increpando al emperador que, si no restituía lo robado, incurriría en la indignación de Dios y de sus santos. El emperador quedó sin saber qué hacer; sus soldados qui sieron matar al P. Serafín, pero no lo hicieron sin obtener permiso de su señor, el cual se contentó con invitar al misionero a que se retirase. Luego fué a visitarle a su casa, acompañado de sus fidalgos, y le dió las gracias por lo que había ejecutado , firmando después una carta (Mafonte, 15 de diciembre de 1654), que es una protesta de amor y veneración no sólo hacia el P. Serafín , sino también hacia la re– ligión que predicaba ; en ella daba plena libert ad a sus súbditos para seguir las ense– ñanzas del misionero (!bid., ff. 57, 63). Sin embargo, este emperador no se convirtió de momento , como dice el P. Serafín en su carta al ·p .Angel de Valencia.

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