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42 obra, dijo: ¿Pero es posible que esa divina es– cultura haya salido de mis manos? Lo mismo diría el predicador citádo, al oír su composición oratoria transformada en labios de un buen declamador, pero ¿es posi– ble que ese sermón sea el mío? Esa pronunciación pausada e íntegra que i:ecomendamos tiene en ocasiones para el ora~ · dor un enemigo terrible en el sistema nervio– so, que amontona las sílabas, precipitando la dicción, pero decía Ramón y Cajal que el imperio que tiene la voluntad sobre los ner– vios de la cabeza es enorme; y añado yo que, si hay cosa por la cual valga la pena de hacer un esfuerzo supremo de volúntad, es el con– s,eguir esa pausa que tantas ventajas ofrece y tanto embellece la predicación sagrada. En cierta ocasión predicaba un joven ora– dor la novena de la Inmaculada en una pa– rroquia. de Navarra.
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