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món que, a un literato exigente que lo leyera, le haría reir ! Pero en todo caso, y aunque esto sea un hecho probadísimo que se repite todos los días, nuestro deber es no tentar a Dios. Quede, pues, sentada como una verdad inmutable,, esta frase que, el predicador vo– luntariamente jamás debe improvisar la pa– labra divina. Como se prepara para celebrar la santa Misa, debe prepararse para predicar, dispo– niendo su sermón, lo mismo que si de su acti– vidad humana dependiera totalmente el éxito. ¿ Y si el sacerdote tiene poca habilidad pa– ra componer? · No es raro este caso, singularmente tra– tándose de panegíricos, que son el hueso du– ro de los predicadores. Pues acuérdese entonces de que ha habi– do en el mundo sacerdotes que han sabido es– cribir y han escrito sermones excelentes, pri- ,
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