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¡ Muy bien! Te felicito por esa facilidad de palabra que es un don de Dios. Pero no es lo mismo tener facilidad de palabra, que facilidad de ideas. Estas no se improvisan, como no sea el predicador, en el orden inte– lectual, un verdadero fenómeno. Tienes pues obligación de preparar minu~ ciosamente el esquema de tu discurso hasta en sus más pequeños pormenores : conceptos generales y particulares, textos, imágenes, com– paraciones, ejemplos, etc. y a ese material, muy bien pensado y ordenado, aplícale esa gracia de la palabra que Dios te ha concedido. Si no lo haces así, fracasarás como el ora– dor más premioso en el hablar. Tu sermón será poco más que un aluvión de vocablos. Varias veces me ha tocado oír esa clase de pláticas, tan vacías de conceptos, que allí no había apenas otra cosa que el Diccionario Etimológico de la Lengua Castellana. Sonitus et verba praetereaque nihil. De lo dicho en estos párrafos se deduce claramente la exactitud de aquella frase fes– tiva: "Al predicador que sube a la Sagrada
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