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después de unos exámenes, y él se excusó di– ciendo que no estaba preparado. Asombráronse los presentes, al oír esa fra– se de semejantes labios, y el P. Lacordaire añadió: yo no acostumbro a improvisar nun– ca, porque siento profundo respeto a mí mis– mo, a los oyentes y a la palabra de Dios. El P. Valencina solía decir: desgraciado el predicador que improvisa una vez y le sale bien, porque seguirá improvisando en adelan– te, aunque le salga mal, como le saldrá casi siempre. Conozco algunos sacerdotes que han es– tropeado su carrera de predicador ·por esa práctica perniciosa. Son de los que renuncian a la buena repu– tación por la comodidad; y se resignan a aparecer siempre inferiores a sí mismos, ha– ciendo exclamar a los que les conocen y les oyen: "¡qué imperfectamente lo hace y qué bien lo podía hacer!". Los perpetuos improvisadores son fracasa– dos perpetuos. Hay otros que son improvisadores a me-

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