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Sapienciales, en los Profet~s, en el libro de Job y después en el Nuevo Testamento, sin– gularmente en San Pablo y más que nada, en el Santo Evangelio, donde Dios se pone al habla inmediata con el hombre en lenguaje sencillo y sublime, porque sin duda así es la divinidad, sencilla y sublime a la vez. ¿ Qué elocuencia puede compararse, ni aun desde el punto de vista humano, con la que despliegan los Profetas, sobre todo Isaías y Jeremías, al apostrofar, al reprender, al ge– mir, al amenazar a las naciones gentiles con los rayos de la justicia, o al animar las espe– ranzas de Israel con las dulces promesas de la mi,serícordia de Dios? Que ese Libro Santo sea el compañero perpetuo de nuestra existencia; y, si hemos de fatigarnos en nuestros estudios, que nues– tra cansada cabeza caíga suavemente v re– pose sobre él. Pasando ahora, hermano mío sacerdote, de ese Libro Unico, inspirado por Dios, a los

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