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Teresa, a una Santa Verónica y a alguna que otra alma ex– traordinaria. Tomando en sus manos una lanza misteriosa, la hundió en el corazón de su fervoroso apóstol, dejando en él aberta una herida, que no se cerró jamás. Era agudísimo, in– df:cible, el dolor que le producía siempre, con un fuego ar– dentísimo que le transportaba de amor_y que el agua por he– lada que estuviese, no podía moderar. El respondía entusiasmado: "j Qué bueno es amar a Dios!", y su vida venía a ser una agonía dolorosa y un perpetuo éx– tasi1:. Su intimidad con Jesús le proporcionaba privilegios inau– ditos. El Divino Infante venía muchas veces a reposar en sus brazos, lo acariciaba dulcemente, y para ayudarle en su apostolado, le comunicaba el poder de sanar a los enfermos, de conocer las cosas venideras, y las sucedidas a grandes dis– tancias, como la victoria de Belgrado, que la anunció a sus hermanos en el momento mismo en que tuvo lugar. Debiendo erigir un Calvario en la cumbre de un monte, se formó la procesión para dirigirse a él. Un torrente desbor– dado corta el paso a la comitiva. El apóstol hace oración, y el torrente suspende su curso, y pasa libremente la procesión hacia el lugar deseado. La noche se acerca; pero por encima de las cumbres de los montes aparece un resplandor brillantísimo, que hace recordar el milagro de Josué, haciendo detenerse el sol, que ya había desaparecido. En la terminación de una misión, yendo todo el pueblo en procesión a colocar en recuerdo de ella tres cruces en un campo, se dejan ver en el aire tres cruces luminosas, que ha– cen prorrumpir a la turba entusiasmada en aclamaciones y cantos de alegría. Al culto de la Santa Cruz y Pasión de Ntro. Sr. Jesucris– to unía el apóstol el de la Virgen Sma. de los Dolores. Predi– caba muy frecuentemente de ella, y con acentos tan patéticos )' penetrantes, que los oyentes no podían menos de romper en - 70 -
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