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-92- ledos, que no tengan su gramática, su diccionario y aún su manual de conversación para uso de los princi– piantes. De aquí que, aún con poca disposición mental sea casi imposible no aprender una lengua, siquiera lo su– ficiente para hacerse entender. Por eso, aunque pueda darse el caso de que un misionero tenga que repatriar– se por no poder vencer las dificultades de 1a:1engua, es esto, sin embargo, tan raro, que no vale la pena de to– marse en consideración; mientras, al contrario, es cosa de todos conocida, la facilidad que tiene el misionero católico para aprender la lengua y aún los dialectos de la misión en que debe ejercer su ministerio. Y lo que resulta todavía más admirable es, que el estudio de las lenguas no le cuesta ordinariamente gran fatiga, y ven– ce, casi sin darse cuenta las dificultades, aún cuando para otras ciencias y otros estudios no posea sino apti– tudes, bastante mediocres. Por lo común el misionero católico no necesita de intérpretes para hacerse comprender de sus oyentes; al contrario, demuestra la experiencia, que al poco tiem– po de vivir en la misión, convirtiéndose de discípulo en maestro, llega a enriquecer la literatura popular con li– bros, traducciones, tratados y aún con nuevos métodos para facilitar a los [mismos indígenas el estudio de su propia lengua. Todas las lenguas son deudoras del misionero ca- en el papel. Al mediodía volvíamos todos a la choza y cada cual presentaba la adquisición de palabras que había hecho, las escri• bíamos todas en un cuaderno, procurando aprenderlas. Por la tar– de volvíamos a hacer lo mismo y así después de mucho tiempo y trabajo conseguimos componer un diccionario imperfecto, pero que nos sirvió admirablemente.-(N. del T.)

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