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sos y anémicos! Ya lo habéis oído. Si queréis sanar de vuestro mal, id a misiones, allí está vuestro sanatorio.» En modo alguno; antes afirmo, por el contrario, que ningún tísico, ni epiléptico, ni nadie, que padezca una enfermedad grave, puede tener verdadera vocación misional. El Divino Maestro, que no quiere que se eche. el vino nuevo en vasijas viejas, no ha de ser El el pri– mero en echarlo en una vasija sin fondo. Un joven así arruinado en su salud ¿qué va a poder hacer de prove– cho, no digo en las misiones, pero ni siquiera en la Pa– rroquia o en el Convento? Lo que quiero decir, es que si no tiene salud suficiente para el ministerio ordinario en su patria, no hay razón para temer que le falte para ejercitarla fuera. Aquí como allá lo que se necesita es mucho celo y cuando este existe, el éxito es seguro aunque la salud no sea del todo completa. ¡Ten fe, her– mano mío.! La virtud que convierte no sale de los mús– culos sino que viene de lo alto, y los enfermos precisa– mente parecen ser los más apropósito para comunicar ese don del cielo. «Estoy confundido-escribía San Francisco Xaviet-ante el gran bien que el P. Francisco Pérez hace en este país a pesar de la poca salud que tiene~y sufriendo como sufre tanto de continuo. Los que están sanos debieran confundirse. viendo a los enfermos trabajar de esa manera y hacer tanto bien en las almas.» Enfermos eran el P. Perboyre, como se ve en sus car– tas, y el Bto. Venard, de quien dice su biógrafo, que era de un celo extraordinario y que a pesar de ser el más débil de los misioneros del Vicariato, trabajaba como el que más, permaneciendo casi siempre en el confesonario hasta media noche, y con frecuencia, durante noches en-

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