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-84- do, ya que la vida ordinaria que ha de llevar parece dis– puesta más para recuperar la salud el que no la tiene, que para perderla el que de ella goza. «Correr por los montes,-escribe el mismo Mons. Verhaegen-y ca– minar por los campos me hace tanto bien a la salud, que cuando vuelvo de mis expediciones me encuentro mucho mejor que cuando salí.» El aire libre, el movimi– ento, el cambio de clima, el comer cuando se tiene ga– na, las distracciones continuas que proporciona una vi– da tan variada, la tranquilidad del alma, el cansancio del cuerpo, las grandes einsospc:chosas aventuras inhe– rentes al propio ministerio y sobre todo la Providencia, que con amor de madre vela sobre sus misioneros, ha– cen del misiopero cntólico, a pesar de las incomodida– des y la falta de medios higiénicos, que tiene a veces que soportar, un hombre envidiable, aún desde el punto de vista de la salud. Naturalmente que siempre somos débiles y mortales, y por lo tanto a nadie debe extrañar, si algún misionero se ve obligado a volver precipitada– mente a su patria, para rehacer la salud perdida o salvar las parte debilitadas de su organismo. Entre tantos mi– les de misioneros como hay, por ejemplo, en Oriente, se me querrá decir ¿cuantos son los anémicos y tísicos sujetos a tratamiento en los hospitales de China o en los sanatorios europeos? 3.º Las misiones ¿sanatorios infalibles?.-Al leer esto que acabo de escribir, tal vez alguno se sien– ta tentado de la risa y exclame:» ¡Albricias, tuberculo-
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