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-83- cho bien basta con una salud ordinaria. Lo que se ne– cesita es que la poca salud no sea causa de continuas preocupaciones; que un poco de cansancio producido al trabajar por Dios y por las almas, no espante al misio– nero, pues en ese caso, ni aún la salud más robusta nos serviría para nada. Creo que en las misiones, como en cualquier parte, una salud ordinaria acompañada de un espíritu valiente hará inmensamente más bien que una salud robusta unida a una alma débil y perezosa.» «Por sus continuos trabajos-escribe el autor de la vida de San Francisco Xavier-habíase el santo arrui– nado de salud de tal modo, que hasta el comer le pro– ducía un terrible tormento; su estómago se negaba a di– gerir el menor alimento por suave y liviano que fuese; el pecho le producía grandes y continuos dolores y le aquejaban otras graves enfermedades. El Santo gemía y se lamentaba de lo mucho que se gastaba por su cau– sa. No obstante seguía predicando cinco y seis veces al día, sin contar las muchas horas que pasaba en el confesonario y las múltiples visitas que se veía obliga– do a recibir.» 2. 0 Las condiciones higiénicas de las mtszo– nes han mejorado mucho.-Por otra parte no debe– mos olvidar, que en nuestros días, la vida misional ha cambiado radicalmente. Todos sabemos cuánto se han facilitado los viajes, y con cuánta comodidad se hacen en los ferro-carriles internacionales y en los vapores trans-oceánicos. Aún después de haber llegado a la mi– sión no tiene el misionero porqué preocuparse demasía-
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