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-82- escritores de cosas de misiones, que la salud en un as– pirante no solo es cosa buena, sino también hasta cier– to punto necesaria, ya que los proyectos más hermosos que puede sugerir el celo apostólico se inutilizan y se hacen irrealizables, cuando faltan las fuerzas físicas ne– cesarias para ponerlos en práctica. Pero aquí es de advertir, que el concepto de salud es muy vago y se presta a muchas exageraciones. Creen algunos que para ir a misiones se necesita ser fuerte y robusto como un Hércules o como el mitológi– co Atlante. Y esto no es verdad. El misionero no está llamado a luchar con el minotauro, ni ha de subyugar al mundo con su espada. Puede ser y es de ordinario un hombre como los demás y aun si queréis, más débil a veces que ellos, porque Dios cuando excoge a sus apóstoles no mira a su estatura, ni mide su capacidad torácica, sino que elige con frecuencia los más débiles y enfermos, aún desde el punto de vista físico, para realizar las cosas más estupendas. Repítese a menudo en las vocaciones misionales lo que leemos de Samuel y de los hijos del anciano Ysaí, es decir, que para vencer al jigante Goliat del error los más robustos son desechados y los más pequeños ele– gidos. Un sacerdote o un religioso que pueda desem– peñar bien las obligaciones parroquiales o monásticas, · no debe a mi juicio inquietarse pensando en si tendrá o no suficiente salud para ser buen misionero. «He visto-escribe el mártir Mons. Verhaeghen– misioneros de muchos Vicariatos Apostólicos, he visto a los nuestros, he visto también sacerdotes chinos y me he convencido de que para hacer el bien y aún mu-

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