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-78- educador de jóvenes ha de encontrar fácilmente la res– puesta a esta pregunta, observando de qué se alimenta el entusiasmo de sus educandos. Si el entusiasmo ger– mina en buen terreno, es decir, si toma su alimento en motivos dignos de un apóstol, como son, la fe, el amor de Dios, el celo de las almas, el deseo grande de pa– decer por Jesucristo, si estos deseos tienen su verda– dera garantía en un grado de virtud y de piedad no co– munes, ¡oh!, i;ntonces ese entusiasmo es de buena ley y el mejor aliado de una verdadera vocación, especial– mente en los momentos en que esta exija grandes sa– crificios y renunciamientos dolorosos. Por otra parte ¿qué se puede hacer con una juven– tud sin entusiasmo por el ideal, que hay que realizar? Todas las obras grandes y generosas suscitan entusias– mos y es muy justo que se tengan cuando se trata de las pacíficas conquistas de la fe. Cierto es que ante la imaginación de un joven, la carrera apostólica se pre– senta siempre adornada de hermosa poesía, que es la poesía de las conquistas, las aventuras y los· sufrimien– tos, excitando en él el deseo de numerosas conversio– nes, de la redención de los esclavos, del bautismo de los niños abandonados, haciéndole entrever y pregustar los viajes prolongados, el hambre, la sed, el calor sofo– cante, la soledad, el abandono de los hombres y en lon– tananza, como fin de su carrera, el martirio.» (Padre Mauna.) Así, con estos contornos coloreados de ensueño, es como de ordinario se presenta a la imaginación de los jóvenes aspirantes, la carrera apostólica. ¿Quién podrá

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