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-73- ¿Qué gloria es la que espera el aspirante a misio· nero? Tal vez la que pedía para sus hijos la madre de los hijos del Zebedeo. Creen sin duda que por el hecho de ser misioneros, tienen ya derecho a sentarse más alto que los demás. En su imaginación exaltada se ven hechos ya en vida objeto de admiración universal y dig– nos de un sepulcro glorioso cuando mueran. ¡Ilusiones, y nada más que ilusiones, hermano mío! El mundo no sabe apr~ciar esas cosas. El tiene ya sus heroes a 'los que honra y ensalza. Pero tú pasarás inadvertido, cri– ticado de muchos, despreciado de no pocos y admirado por los menos. Tu sepulcro será probablemente un ho– yo de tierra abierto en medio de un campo o de un bos– que, o a orillas de algún río. Yo he visto muchos de es-· tos sepulcros ignorados y puedo decirte, hermano mío, que he quedado santamente impresionado y hasta salu– dablemente confundido. -Pero al menos mis compañeros..mis superiores... -¡Oh! ellos te estimarán por lo que valgas al pre- sente y tu vocación correrá la misma suerte que tú. No; se honra la librea sino al que sabe llevarla con digni– dad. Por eso si deseas que tu vocación produzca admF ración en cuantos te rodean, ·sean buenos o malos, hón · rala con una conducta intachable, pues de otro modo, ella misma se encargará de publicar tus propios defec– tos. ¿_Aspiras a que te alaben y aprecien?-Y ¿quién no, lo desea?-Desprecia para ello la glori(bastarda, tran– sitoria, indigna de un verdadero apóstol y aspira con todas tus fuerzas a la que dura eternamente. Repite– con San Pablo: «Cum Christus apparuerit vita nos-

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