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-72- es lo ordinario. Pues ¿a qué obedece entonces su pesi– mismo? Digámoslo con claridad. Es que su vocación no está fundada en verdaderos motivos de fe, o la fe no en– contró en el misionero suficiente seriedad de carácter. Es verdad que muchos de ellos dijeron a Jesús con el joven del Evangelio: «Maestro, te seguiré a donde quiera que fueres», pero esto no fué sino un entusiasmo momentáneo, un fuego de paja que no duró sino un ldía o tal vez una hora; para poner en ebullición y levantar como espuma estos caracteres basta una palabra, una conversación, una carta. Hoy se forman un ideal y ma– ñana lo olvidan para formarse otro, el cual volverán también a olvidar para forjarse otros nuevos. No es por lo tanto extraño que un joven de estas condiciones se sienta un día inclinado a las misiones, pero un Director experimentado no será fácil en concederle el permiso. Lo que estos jóvenes necesitan ante todo es refor– zar su carácter pues de otra manera, tarde o temprano, nos encontraremos con el fenómeno patológico, que a veces se presenta en el apostolado y que yo me atrevo a llamar: «misioneros de ida y vuelta.» 2. 0 La ambición de gloría.-Otro de los fenó– menos patológicos de las vocaciones misioneras es la ambición y el deseo de gloria, que casi siempre provie- ne de una mala educación. Nos falta el aceite de la pie- , dad y de la verdadera vida interior y procuramos lle– nar la lámpara de nuestra vocación con la vanagloria de los hombres.

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