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-68- natural de la conversión de los pecadores e infieles el hombre pesa muy poco. El que pesa:es Dios, y Dios no se sirve para realizar sus obras solamente de grandes santos, sino tambien de hombres, que no poseen sino una virtud muy ordinaria. Así vemos que los Apóstoles y algunos santos rea– lizaron mayores conversiones e hicieron maravillas tan grandes como las realizadas por el mismo Jesucristo, hecho que se repite hoy mismo en las misiones, donde vemos que no siempre los más perfectos son los más fecundos en frutos de apostolado. Digo esto, no para que te inclines hacia el camino del relajamiento o por– que no apruebo y deseo tus propósitos de mayor per– fección, que tal vez el Señor te inspira, sino tan solo para ponerte en guardia contra un lazo muy común del demoniol lazo tanto más peligroso, cuanto más san– esconde entre los pliegues de esos mismos deseos de tidad. Me refiero al pensamiento que nos suele asal– tar de dejar para más adelante la resolución de hacernos misioneros, llevados por un espíritu de excesiva humil– dad. Créeme, el día en que puedas subir satisfecho y contento sobre el pedestal de tu propia perfección, no llegará nunca en este mundo; y ¡ay, de tí! si por acaso llegare, pues eso significaría, que las oberbia había ocu– pado el lugar de la humildad. 3.º Una regla de sana ascética cristiana.– Es regla de sana ascética cristiana que un alma es tan– to más perfecta cuanto menos cree serlo. A este propó-

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