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-67- que para ser m1s10nero, es un pre¡mc10 dañoso, que tiende, como arriba dijimos, a falsear sustancialmente el doble concepto de sacerdote y misionero. Somos todos, como un ejército, soldados del mismo reglamento, maniobramos con el mismo objetivo y lu– chamos con idénticas armas. La diferencia consiste tan solo en que mientras unos conservan y defienden las po– siciones ya conquistadas, los otros combaten en las avanzadas teniendo al enemigo de frente. Pero cuando la disciplina, las aptitudes personales, el grado y lugar que ocupamos o cualquiera otra razón nos llaman a la línea de fuego, deber nuestro es estar pronto a movili– zamos si no queremos merecer el nombre denigrante de desertores y ser despreciados como miedosos y co– bardes. Ciertamente que nuestro valor debe sobrepujar al de los demás, y es por esto precisamente que el misio– nero necesita una preparación especial; pero esto en vez de desanimarnos debe ser motivo de enorgullecer– nos, como se enorgullecen los soldados, que se ven es– cogidos por sus superiores para acometer alguna empre– sa difícil y gloriosa. Está bien, es deseable y hasta cier– to punto necesario, que el aspirante a las misiones se haga digno de la vocación con un mayor grado de per– fección y santidad, pero no por eso debe acobardarse sino, al contrario, desechar todo temor excesivo que lo haría pusilánime. 2.º Qué corresponde a Dios en el fenómeno de las conversiones.-Ahora bien, en el fenómeno sobre-
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