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-221- fuerzas sin la menor prudencia y su cabeza y_ su cora– zón son como dos campos donde todo prende sin dificul– tad, pero a costa del espíritu misional. Los viajes fre– cuentes nos hacen perder la devoción; los trabajos exte– riores nos dejan agotados de cuerpo y de alma; las visi– tas nos roban el recogimiento y nuestra misma fe, la her– mosa lámpara de la fe, que vinimos a encender en los otros se extingue poco a poco en nosotros y al pensar en la devoción, el recogimiento, la alegria y el fervor, que en otros tiempos teníamos y la vida tranquila y fer– vorosa que llevamos en el seminario o en el Convento, echamos a esto o a aquello la culpa de lo que nos suce– de, cuando 1o que debiéramos hacer es tomar inmedia– tamente el camino de la capilla, rehacer nuestro h_ora– rio, volver a la meditación, al silencio y a la vida in– terior, que tan olvidada teníamos. Sólamente así pueden repararse las fuerzas perdi– das y aumentar las que ya teníamos. 5. ° Cuándo ayuda la actividad al misionero. -Como te habrás fijado, oh hermano, yo no condeno to– da actividad, sino la que es excesiva, imprudente, inú– til, la que agota las fuerzas y la vida y pocas veces llega a feliz término. Que si tu actividad es laactividad fecunda de los Apóstoles, y grandes misioneros, yo no tengo sino alegrarme contigo, porque con ella harás grandes cosas enel campo del apostolado. Aun después de haber pasa– do tantos siglos nos admira San Pablo con la fama de lo mucho que hizo por la propagación del Evangelio y si ca-
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