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-209- ni de las costumbres, ni del personal adicto al serv1c10 de la misión o de la casa, sin haber antes consultado a tu superior o, si se trata de cosas de menos importan– cia, sin!haberte aconsejado !con algún otro misionero' dotado de !prudencia y experiencia. Suele parecer a los jóvenes que con hacer algo que no hacían los otros ya son grandes misioneros ¡íy han conseguido el fin para el que fueron a la misión. Y no es así. Los antiguos misioneros establecieron lo que tú encuentras, después de muchos años de observación y experiencia, lo observaron escrupulosamente ellos mismos y a eso se debe en gran parte el buen nombre que dejaron. Conserva, pues, sin variarlo, el salario de los cria– dos, sus obligaciones, las horas de oración, el modo de hacer los rezos, las cautelas que deben regular el trato familiarcon los mismos. Es natural que a un joven mi– sionero se le haga duro al principio el mantenerse algo distanciado de sus cristianos y aun de sus familiares, pero con el tiempo comprenderá que esto lo exige su propia dignidad. Los pueblos bárbaros y medio civili– zados son como los niños; no conocen esos sentimien– tos nobles, que, al mismo tiempo que nos hacen consi– derar a los demás como hermanos y por lo tanto igua– les, nos mantienen en el respeto y consideración, que se les debe. De aquí es que cualquier exceso de bene– volencia y de confianza, que se tenga con ellos, los ha– ce ineducados e importunos. No han faltado misioneros que quisieron obrar de otro modo. Unos admitieron a los criados a su mesa otros les doblaron el salario; estos les dispensaron de 14
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