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-199- y esta es la única condición necesaria para que nuestros trabajos tengan éxito. Y por eso, el verdadero misionero vive en todas partes la vida del país donde se encuen– tra a fin de que entre él y el pueblo no haya ningún gérmen de desconfianza, ningún roce de prejuicios de casta. Tal acercamiento allana los obstáculos y dispone a las almas a recibir la verdad, mientras, por el contra– rio, la crítica hace a los hombres obstinados y aún a ve– ces abiertamente hostiles al misionero. Raramente se ve libre el nuevo misionero de este defecto de criticarlo todo, pero por fortuna, este pecado, propio de la inex– periencia de su juventud, va poco a poco desapareciendo con los aflos y entonces nos trazamos un camino com– pletamente distinto, hasta el punto de encontramos con - el tiempo, en posesión de las virtudes contrarias, que son el respeto a las tradiciones y costumbres, el apre– cio de las personas, lugares y cosas, la indiferencia y hasta el desprecio de lo que antes estimábamos y amá– bamos, por la única razón de ser propio nuestro. Se encuentran, como hemos dicho, en los países de misiones, tanto respecto a la moral, como a la vida social y pública, costumbres que un buen misionero no puede, ni podrá jamás tolerar y mucho menos aprobar. Algunos pueblos son precipitados, atolondrados, de una imaginación viva y de una acometividad peligrosa, otros son lentos y flemáticos. Estos, propensos a la adulación y faltos de sinceridad en su trato, aquellos, inclinados a la venganza y a la ofensa. Encontrarás en algunos to– da clase de delicadezas y miramientos y en otros, un abismo de astucia y mala fe. Procura tú mejorarlos a todos moralmente y en lo demás ser bueno, carifloso,
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