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-198- nuestras costumbres, y siempre nos parecen las mejores; y con esto no hacemos todos otra cosa, que imitar la fá· bula del macaco, que tenía a sus hijos por los más hermo– sos de todos los animales. La crítica burlona, aunque sea la mejor merecida, exaspera y ofende y el nuevo misionero debe evitarla a toda costa, como una de las cosas, que más se oponen a la salvación de las almas. No está ni medianamente bien el tener siempre en la boca la propia patria y tomar nuestras costumbres como modelos al cual deben sujetarse todas las demás. Jesucristo y los apóstoles descendían de la Galilea, país de costumbres mucho más sencillas que las de Judea, donde de ordinario predicaban, pero jamás pusieron a Galilea como modelo de esta. Su modelo era el reino de los cielos: «Símile est regnam coeloram» En cues– tión de civilización padecemos todos generalmente de estrabismo y las consecuencias inevitables son, que mientras nos creemos más civilizados que los otros, nos granjeamos el odioso título de bárbaros, de orgullosos y de tiranos. El hombre es el mismo en todas partes y sabe apre– ciar muy bien los buenos modales, el respeto y el cari– ño, que se le tiene, mientras le desagrada, le ofende y le irrita la arrogancia, el desprecio y el darse aires de superioridad en su presencia. Acuérdate, pues, mi querido hermano, que el mi– sionero católico no ha ido a misiones para hacer refor– mas, criticar costumbres o destruir usos que nada tienen que ver con el dogma o la moral, por mucho que re– pugnen a nuesta ed11cación europea o americana. Ha ido tan solo para infundir la fe y la caridad en las almas,
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