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-196- los pueblos para llevarlos a Jesucristo. El m1s10nero no conseguirá nunca borrar del todo su pecado original de extranjero. Es cierto que está protegido por las leyes del país, pero su mejor protección será siempre habituar– se lo mejor que pueda a la vida y modo de ser de los pueblos donde viva. Verdad es que existen entre los pueblos paganos y sobre todo en los bárbaros, costum– bres que el Cristianismo no debe permitir en modo al– guno, pero también existen otras, que son indiferentes y no contrarias al Evangelio, las cuales podemos y de– bemos tolerar, y mejor aun, adoptar para cubrir nuestro origen exótico y evitar de este modo la desconfianza que naturalmente inspiran los que no son del país. Y es por esto sin duda que el Evangelio deja en absoluta li. bertad de adaptación a sus seguidores y si en alguna ocasión dió el Divino Maestro normas de vida a los Apóstoies, fué precisamente para recordarles las cos– tumbres que las gentes de su misma condición tenían por aquel entonces en Palestina ..Esta fué la práctica de todos los grandes misioneros, a cuya cabeza marcha el mejor y más inefable de nuestros modelos, San Pablo. La perfecta aclimatación a la vida de un país y el aprecio incondicional y sincero de todo lo que hay de bueno y de indiferente en él, es lo único que puede hacer de un misionero, un apóstol. Entonces es cuando no le queda de extranjero más que el color y la configura– ción del cuerpo, pero en todo lo demás la transforma– ción es completa; y a la prevención y desconfianza que antes inspiraba, suceden como por encanto el amor, la estima, la confianza, el aprecio. Todos exclaman con cierta satisfacción ¡ <!'es como uno de nosotros! y ya no
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