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-187- que de ser así no hubieran necesitado que nosotros fué– ramos allí a sacarlos de la abyección moral en que se encuentran. La pereza, fa indiferencia, la poca fidelidad, la falta de limpieza, que entre nosotros se reputan por defectos graves, son el ambiente natural de los pueblos bárbaros y medio civilizados y por lo tanto es necesa– rio que nos acostumbremos a tolerarlos si hemos de vi– vir entre ellos. Eres tú el que con tu ejemplo has de ir educándolos poco a poco en el orden, la limpieza, la economía, en una cierta conciencia de su dignidad per– sonal, pero sólo lo conseguirás a condición de que uses con ellos de buenos modales y de una gran dosis de paciencia y caridad. ¡Cuántas veces hacemos ejercitar a los otros estas dos hermosas virtudes! Al principio especialmente todo nos admira y extraña y lo que es peor, creemos en– grandecernos y hacemos superiores, manifestando al exterior nuestra admiración y extrañeza. Y esto, al mismo tiempo que ofende a los otros, es en extremo pueríl y ridículo por nuestra parte. Deberíamos ser jus– tos, dulces, misericordiosos, compasivos y somos por el contrario, arrogantes, imperiosos, inflexibles. hacien– donos dignos de lástima a los que nos rodean. Pues bien, hermano mío, si -quieres que te dispen– sen y perdonen todos tus defectos y las violentas mani– festaciones de tu caracter y hasta la repugnancia que sientes a los usos y costumbres del país en que vives, ama, pero ama mucho, porque como dice el Evangelio, \\'al que ama mucho, se le perdona tambien mucho.» No siempre las personas que tienes a tu servicio te ayuda– darán cuanto podrían. Las verás remolonas para el tra-
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