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-186- humillante para ellos; se revisa todo, se cuenta todo, se observan todas sus acciones con ojos poco benévolos y nada paternales y ¡ay, el día en que los sorprendamos en la menor falta o descuido! Esto nos basta para con– firmarnos en todas nuestras injustas sospechas. Tal modo de obrar con nuestros familiares sería un grave error y el que no trate de correjirse hará sospe– char con fundamento, que no fué precísamente la ca– ridad lo que le impulsó a hacerse misionero, que si así hubiera sido, empezaría a practicar tan hermosa virtud con las personas en cuya compañía vive. Y al fin de cuentas tiene que sufrir él mismo el castigo de sus sos– pechas, pues aparte de que por su desconfianza anda siempre cambiando de personal, pierde con frecuencia la paz, el recogimiento, la devoción y a veces hasta la reputación dentro y fuera de su casa, por cosas que ca– si nunca valen la pena. No quieras ser tú, oh hermano, de esos que sólo saben ser indulgentes consigo mismós y se turban y se encienden con un celo farisáico ante el menor defecto de los demás y hasta cortan el divino oficio con muy poco respeto y dejan por el menor con– tratiempo la meditación y se acercan sin quietud ni pre– paración a celebrar la Santa Misa. Aconsejo, pues, al joven misionero, que sea mirado y económico, pero sin ostentaciones y sin pretender de los otros más de lo que pueden, exigiéndoles tal vez una perfección, que estamos nosotros muy lejos de poseer. Quisiéramos que nuestros criados fuesen afectos a nues– tra persona desinteresadamente por amor o al menos desearíamos que fuesen de la misma sinceridad y tan fieles como los criados de Europa, y no reflexionamos
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