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-126- haber trabajado por acrecentarla tuviéramos la vileza de explotarla en provecho propio. Un misionero que pueda ostentar en su hoja de ser– vicios innumerables peligros de alma y cuerpo noble– mente superados, que pueda contar, como San Pablo, tres apaleamientos, tres naufragios, una lapidación y mostrar en su cuerpo cicatrizado, heridas, y huellas de cadenas; un misionero, que por encima de todo esto, pueda presentar como trofeo de sus luchas, miles de discípulos ganados para la fe de Jesucristo, este tal podría gloriarse justamente sin que mereciera el nombre de fatuo y arrogante. Pero no hay miedo de que sean de esta madera los misioneros que se dejan arrastrar por la ambición y la vanagloria. Semejantes aberracio– nes son plantas nocivas que brotan en las tiernas voca– ciones de los jóvenes mal preparados, haciéndolos ri– dículos y despreciables. Te ruego, por lo tanto, mi querido hermano, que te guardes mucho de representar la fábula del cuervo y los pavos, y que te acuerdes de que las plumas, que hacen hermoso, grande, digno de admiración y estima al misionero, pertenecen de derecho a los que sudan, sufren y derraman su sangre para ganarlas, los cuales nos las han dejado en herencia, no para que te valgas tú de ellas como de adornos de gran parada, sino para que te sirvan de acicate que te estimule a marchar con honor por el camino que ellos te abrieron. Agradecido, por lo tanto les debes estar y prepárate en el silencio, en el retiro de la oración a ser un misionero digno de tan grandes antecesores.

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