BCCCAP00000000000000000000185

- 125j- en prestigio y estima ante la gente; mientras que si ha– ce lo contrario, experimentará el disgusto de ver las primeras alegrías del apostolado, devoradas, como en el sueño de Faraón por deseos pueriles e insaciables. Ante todo, habla poco de tu vocación con todos, sean parientes, amigos, compañeros o feligreses. Esto tiene entre otras la ventaja de no ponerte en ridículo, el día en que tengas que volver precipitadamente de la misión ya sea por enfermedad, por impotencia o tal vez por haberte engañado en tu vocación. El que sabe mar– char en silencio y casi desape[cibido tiene al menos el recurso de decir en tales casos: «Quise hacer una prueba y he visto que aquello no es para mi». Pero el que antes de partir lo voceó a los cuatro vientos y dió vueltas por todas partes en busca de admiradores; el que arrojó su vocación al público a toque de campana, haciendo llamamientos y dando conferencias; el que emborronó cientos de cartas y tarjetas para conocidos y desconocidos; el que trató de darse una importancia, que todavía no tenía, este no merece el perdón de sus prójimos el día en que por una causa cualquiera inespe– rada, fracasa y tiene que volver. Por lo menos estará muy lejos de ser el Benjamín de las personas serias. La palabra «misionero» tiene la virtud de exaltar con facilidad a todos los que la oyen y mucho más al que ta lleva. Es como si entrara uno a formar parte de una familia de héroes y por eso no es de extrañar, que el _misionero sienta cierto orgullo inocente, y hasta creo que el no sentirlo sería un mal síntoma. Pero no debe– mos olvidar que la gloria de los demás no es la nuestra y seríamos unos despreciables parásitos si antes de

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz