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-122- sioneros católicos de todos los tiempos, tanto los de ayer, como los de hoy, como los de mañana, creeríanse infieles a su divina misión si llegasen a desinteresarse o siquiera a mirar con indiferencia la clase de religión que profesan los pueblos a los cuales han consagrado generosamente su vida. Si el misionero no quisiera sa– ber nada del ambiente de ideas, de ritos y costumbres en que viven aquellos a quienes desea ganar para la fe de Jesucristo, nada de las raíces y tradiciones en que a– poyan la religión que practican, es muy probable y casi seguro que tendrá que fatigarse inútilmente sin que lle– gue a conseguir su conversión. Esto lo han comprendi– do los misioneros de todos los tiempos. Pero nosotros tenemos aún otra razón más. Es la necesidad de tapar la boca a ciertos incrédulos, que ba– sándose en la ignorancia casi absoluta en que la ciencia se encuentra respecto a las religiones de los pueblos primitivos y ya demasiado lejanos de nosotros, se atre– ven a arrojarnos como verdades ya demostradas, los prejuicios de su imaginación, Mirad8. la cuestión desde este punto de vista, el apóstol de nuestros días tiene ante sí una misión providencial que cumplir, para la cual necesita poseer una buena y sólida preparación, sin la cual no podría acometer con éxito esa clase de estudios críticos, familiares tan solo a los doctos y a los especialistas. Más de un misionero-y podemos afirmar que más de un Instituto misional-se han dado cuenta ya de es– tas nuevas necesidades de los tiempos modernos. Han comprendido que, entregándose en los ratos libres a esa clase de trabajos, permanecen doblemente fieles a su
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