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-120- · bre sino a ser presfürio y honor de su Instituto, de las misiones y de la misma Iglesia, sin contar las grandes ventajas que, con la gracia de Dios, puede sacar de esos conocimientos en el ejercicio de su ministerio apostólico. De la simpatía nace la influencia en las almas, y a 1a influencia sigue el convencimiento y ambas tienen su punto de apoyo en las habilidades naturales o adqui– ridas del misionero. Tales estudios le facilitarán tambien el distinguir lo que hay de bueno y por consiguiente tolerable en 1as diferentes religiones y lo que no debe tolerarse sin ofender el dogma y la disciplina católica. Es difícil expresar toda la importancia, que encierra un tal eclec– ticismo. Todos los pueblos aman sus usos y sus tradi– ciones y están tan obstinadamente aferrados a ellos, que se resisten tenazmente a abandonarlos. Este es el primero y el mayor de los obstáculos que el misionero encuentra en su camino, y puede estar seguro que será también el último contra el cual tendrá que luchar. Dos mil años d~ cristianismo lno han podido desarraigado del suelo donde lo encontró al nacer y tal vez tengan que pasar todavía decenas de siglos antes de que lo consiga. (1) Tanto el celo excesivo, como la excesiva condes– cendencia originan luchas y cismas y un misionero im– prudente que arrojase al rostro de sus oyentes el insul- (1) Los disgustos, las luchás, las controversias, las intrigas ele los Judaizantes y de los llamados Helenistas que envolvieron la cuna misma de la Iglesia y están muy lejos todavía de desapa• recer pueden servir de testigo a cuanto aquí decimos,
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