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-119- trancos. Si ni aún los cañones son capaces de abrir las inteligencias a la verdad y lo más que consiguen abrir es algún puerto para el comercio, mucho menos se ha de convertir el mundo con fuegos artificiales, o con mu– siquitas de bombo y platillos. Tal vez por ese camino consigamos una hora de popularidad y admiración ca– llejera; pero, como el rey de la fábula, seremos al fin la irrisión de todos aquellos que esperaban con derecho algo más de nosotros. La literatura, la historia, la moral, la mitología de los pueblos son estudios dignos de toda nuestra aten– ción y la China, la India, el Egipto y cualquier otro pa– ís están repletos de recuerdos y tradiciones, de verda– deros tesoros en cuestión de arte y de literatura reli– giosa y profana y no son pocos los sabios que allí van en busca de conocimientos que les reportan fama y di– nero. El misionero, que no se contentó con solo estu– dios superficiales, podrá agrandar el campo de sus ideas y hasta su celo encontrará en el camino muy justas y legítimas satisfacciones, como son las del viajero que admira; la del explorador que observa y anota; la del .hombre de cierta alteza de miras y dotado de vastos conocimientos, que se encuentra ante usos y costumbres tan interesantes como desconocidos; la del filósofo, que puede reflexionar, comparar y sacar consecuencias en el campo inmenso de la moral indígena; la del historia– dor y el teólogo, que se encuentran en contacto de pue– blos antiquísimos, cuya historia sorprenden en la len– gua, en las costumbres, en la organización social y si, como aconsejamos, ha tenido cuidado de formarse una buena preparación, llegará no sólo a formarse un nom-
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