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-116- · Y esta es la razón porque el Divino Maestro en los tres años que tuvo en preparación a sus apóstoles, no los mandó a las escuelas de los filósofos, que las había y muy famosas en aquel tiempo, ni les enseñó ciencias ocultas, ni teorías maravillosas, sino que los educó en la piedad y amor de Dios, en el conocimiento propio y en la salvación de las almas. Pero con esto no queremos decir que la ciencia no ayude y muchísimo al misionero en sus trabajos de pro– paganda. Eso lo sabemos todos los misioneros por ex– periencia. La ciencia da prestigio al que la tiene, cau– tiva los ánimos y aumenta !a confianza. Por eso el mi– sionero debe poseer ante todo una buena base de cono– cimientos eclesiásticos, es decir, teológicos, morales, históricos y apologéticos, ya que con frecuencia se ve– rá obligado a sostener luchas y batallas con el error, en todas sus manifestaciones. La herejía tiene por todas partes sus apóstoles y más de una vez el misionero se ha de encontrar con ellos. Es pues necesario que esté preparado y acostumbrado a la polémica, sobre todo en lo que se refiere a la tradición y a la historia, para poder combatirla con éxito por sus partes más débiles. Naturalmente que semejante preparación es más o menos necesaria según sea el lugar a que la obediencia nos destina; pero el descuidarla en general sería un error imperdonable de consecuencias tal vez desastro– sas para la causa de la misión. El error vive de la igno– .rancia y de la mala fe y como ciertos animales dañinos busca la obscuridad. Por eso es necesario arrojarle un rayo de luz que lo deslumbre, lo saque de su guarida y lo ponga en fuga.
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