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-113- sus familias despues que marcharon en seguimiento del Divino Maestro. La literatura misional está llena de tiemísimos episodios de amor filial, y no hay ninguna . otra tal vez que los tenga tan numerosos y conmove• dores. El corazón de un apóstol no se entierra ni muere con el último ¡adios! que da, antes al contrario, diríase ·que adquiere en aquel difícil momento nueva fuerza y una nobleza hasta entonces oculta, que irradia al exte– rior, como las yerbas aromáticas al ser estrujadas. El misionero abandona al partir la mayor parte de sus co– sas, pero lleva consigo el afecto del corazón, no solo entero como antes, sino duplicado, cual si fuera un fue– go sagrado, que le ha de dar calor y energía para cum plir durante toda la vida su difícil ministerio. Si este fenómeno es ley de la naturaleza o efecto de la gracia, no sabría decirlo a punto fijo: lo único que sé es, que aún yendo a misiones se ama, se ama mucho y se es tambien amado. Y Dios bendice ese:amor porque se parece al del Divino Hijo, aLque se tuvieron en este mundo la Virgen y San José, al que alimentaron en su pecho los Apóstoles y en general todos los grandes y santos misioneros. Repito, pues: ningún padre, ninguna madre mueren lamentándose del sacrificio que hicieron de su hijo por amor de Dios, como tampoco ningún apóstol se arrepin– tió jamás de haber abandonado a sus padres, su familia y parientes, por seguir a jesucristo. 8

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