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- 112- ¿No sabéis que yo me consagré enteramente con Jesús al servicio del Señor? Afortunadamente es también bastante raro que du– re mucho tiempo esa obstinación de los padres. Se llo– ra, se gime, se ruega, se pide que dejen los hijos la realización de su partida para después que ellos hayan muerto; pero al fin se sobreponen la gracia y la razón y se realiza el sacrificio, que Dios siempre generoso sabe recompensar con largueza. «¡Oh, cierto que espe– raba yo alguna recompensa en la otra vida por el sacri– ficio, que se me exigía pero jamás hubiera pensado que el Señor me premiase aún en este mundo.,, Así escri– bía el padre de un misionero. Es la promesa hecha por Jesucristo tanto a los hijos como a los padres y la experiencia es testigo de que el Divino Redentor no falta a su palabra. No se ha dado el caso todavía de que un padre o una madre hayan muerto lamentándose del sacrificio hecho por amor de Jesús. 4. 0 El corazón del misionero.-Pero ¿es acaso verdad que el apostolado sea la muerte moral del mi– sionero, y las misiones algo así como una tumba donde deben sepultarse todos los afectos más puros y nobles, que Dios y la naturaleza han puesto en el corazón de los padres y de los hijos? De ninguna manera. Jesús y la Virgen no dejaron ciertamente de amarse después de su separación, ni los Apóstoles amaron menos o fueron menos amados de

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