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-111 - punto dignos de compasión y de excusa. Es el sacrifi– cio de Isaac, que se repite en ellos; es una especie de muerte anticipada en la que se ve a un padre, a una ma– dre acompañando a su hijo al sepulcro. Y si compade– cemos a la Virgen y a San José por haber llorado du-:: rante tres días la separación de Jesús, ¿cómo hemos de condenar a una madre, que llora, abraza y se resiste a perder para siempre en este mundo a su hijo querido? No faltarán padres tal vez, que digan como el pa– dre de aquel misionero: «Si un padre pudiera estar ce– loso de su hijo, lo estaría yo del mío. Entregando a Dios nuestro hijo se lo hemos dado en préstamo. ¡Oh, nuestro Celestino ha sabido escoger bien!, o también· como el padre del mártir Teófano: «·¿Qué hubiera sido de la profecía hecha por nuestro Señor Jesucristo, cuan– do afirmó que su Evangelio sería predicado en todo el mundo, si los Directores de Colegios y los padres de familia ahogasen las aspiraciones de los jóvenes que de– sean ir a misiones?» Se encontrarán, repito, padres de este temple y madres, que, cual la madre de los .Maca– beos, animen a sus hijos a ofrecer al Señor el sacrificio de sus vidé!s, pero estos padres son excepciones, mien– tras la generalidad de los padres y las madres seguirán invocando los sagrados deseos de la naturaleza, produ– ciendo con ello una de las más temibles tentaciones, que se ve obíigada a vencer una vocación misional. ¿Qué debe hacer en este caso el aspirante a misio– nero? No otra cosa sino repetir con Santa Juana de Ar– co: «Aunque tuviera cien padres y cien madres, iría a donde el Señor me llama.>> ¡Padres! ¿porqué me lloráis?.
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