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-110- juicio con perfecta tranquilidad de conciencia. Si para decidirnos a ir a misiones pretendiéramos que Dios nos mostrase el porvenir, nunca seríamos misioneros. Pero aún en el caso, que después de tu partida, viniesen a encontrarse tus padres en alguna grave e imprevista necesidad, nada impide el que con el permiso de tus superiores, puedas socorrerlos desde donde te encuen– tres, que los superiores no han de olvidar nunca el sa– crificio que hicieron los padres al dar un hijo a la misión. Así como no hay nada que temer cuando se aban– dona un padre, una madre, hermanos o parientes, po– bres, sí, pero resignados cristianamente y Henos de san– ta confianza en la Providencia, así sería muy doloroso el que por el deseo de enriquecer y mejorar la situación de la propia familia, hiciéramos de ministerio tan sa– grado un camino para ir al infierno. Y ¡pluguiese a Dios que de estos caminos no se hubieran hecho ya muchos! J.º «Inimici hominis, domestici ejus.»-Además del amor de los hijos a los padres, que cuando es ex– cesivo o mal interpretado constituye un verdadero es– collo en el que naufragan muchas vocaciones misiona– les, existe tambien el amor de los padres a sus hijos. En general los padres se resignan más difícilmente que los hijos y con frecuencia su afecto paternal se convier– te en una obstinación cerrada. Aquí es pues donde tie– nen exacta aplicación aquellas palabras· de Jesucristo: «Los enemigos del hombre son los de su propia casa.» No se ha de negar que los padres son hasta cierto

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