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- 103- les hacen creer ser ineptos para la vida apostólica, la cual se les presenta rodeada de dificultades casi insu– perables. 2. 0 Qué es la vida de misión.-¿Qué hacer? ¿Disfrazarles la vida de misionero con falso ropaje de colores a fín de que les parezca cómoda y llena de atrac– tivos? No lo hizo así el Divino Maestro con el pusilá– nime del Evangelio, sino que le dijo abiertamente: «Las zorras tienen sus cuevas y los pájaros tienen sus nidos; pero el Hijo del hombre no tiene siquiera donde reclinar su cabeza.» ¡Oh, sí! para la vida de misiones se necesitan mu– chas veces corazón de héroe; casi en todas partes es una tierra fecunda en sudores, trabajos y fatigas. Pero no temas ¡hermano espantadizo! ¡esa vida no es inso– portable para los que, como nosotros, tienen en su po– der la fuente siempre viva y abundosa de la oración y de la gracia. No hay de que espantarse en la lectura de los «He– chos de los Apóstoles, o en la vida de los santos mi– sioneros, porque no todos hemos sido llamados al honor de medir nuestras fuerzas con las de ellos; no todos debemos imitar sus heroicas y gloriosas empresas. Y aun suponiendo que Dios nos pidiera tal cosa, no nos había de faltar la gracia para realizarlas, como no les faltó a ellos. Por otra parte, aún en las misiones, hay muchos lugares y muchos oficios en los que puede lle– varse una vida ordinaria, casi idéntica a la que un sacer-

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