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conocimiento de Dios en otro mayor. Y después pasando a la capucha fue todo día perfecto, fue todo luz a mediodía, en la altura de la soberana contemplación de la divinidad y en los fervorosos incendios de la caridad y amor divino. Fue el P. Fr. Eugenio natural de la villa de Oliva, título de los condes deeste apellido, que gozan hoy los duques de Gandía. Tuvo por padres a Tomás Ferrando y Margarita Giberto, linajes los más antiguos de aquel lugar, cristianos viejos y muy siervos de Dios, gente muy pacífica y reputada en todo él. Nacióles este hijo el año 1556 a 24 de diciembre, víspera de Navidad, y en él fue bautizado, naciendo para Dios el mismo día que nació al mundo este Señor, víspera del día en que la Majestad de nuestro Dios quiso nacer hombre entre los hombres. Misterio a que tuvo el P. Fr. Eugenio entrañable devoción toda su vida, celebrando con tiernos y devotos afectos la niñez del Salvador, y el mismo Señor, pagado de tan tierno afecto, le favoreció no sólo una vez (como veremos después) visiblemente en forma de niño hermoso. Fuéle puesto en el bautismo Tomás, nombre que también tenía su padre. Cuán temprano le amaneciese a este bendito niño la luz de la divina gracia, y cuán de antemano le hubiese Dios atraído a sí con bendiciones de dulzura, es prueba real el testimonio auténtico de muchos de su tiempo y de su mismo lugar que fueron testigos de vista de las admirables costumbres de su niñez irreprensible. Apenas tenía siete años cabales, que sin tener maestro ni guía que le encaminase en las cosas del servicio de Dios, este Señor le tomó a su cargo para darle luz de su divina voluntad, enseñándole cómo sehabía de guardar de todo lo que le podía ser estorbo a su servicio, cómo había de abrazar las cosas concernientes al suyo, cómo había de ser humilde, abstinente, casto y obediente a sus padres; y lo que es más admirable y digno de toda ponderación, ya en esta tierna edad le dio el don de la oración interior, siéndole tan familiar que era continuo en ella, tendiéndole tan atraído y tan fuertemente unido a sí que le comunicó en ella el don soberano de la contemplación, que no suele comunicar sino después de muchos años demortificación y de oración. Ya era luz resplandeciente al rayar el alba de la oración en sus primeros años cuando la tan clara y tan hermosa en su buen natural, 72

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