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mártir, con que le obsequió Clemente VIH; en el presbiterio de la misma iglesia estuvo sepultada la beata Margarita Agulló, terciaria franciscana, amiga y dirigida del Santo, que luego fue trasladada a la iglesia del Corpus Christi. Durante los días de la octava del Corpus, a la hora de la comida de los frailes, estaba paseándose por el refectorio cuidando de que ningún religioso por mortificación dejase de comer algún plato, pues entonces acudía al Guardián rogando que le mandara comer; dada la comida, se iba a la puerta, desde donde volviéndose a la comunidad hacía gran cortesía para despedirse. Mientras vivió, dos días por semana sufragaba la comida de los frailes; daba igualmente 200 varas de sayal para sus hábitos y corría a cuenta suya la comida de cuatro días especiales: el día de la Sangre de Cristo, el de la octava del Corpus, el de san Francisco y uno de los del Capítulo Provincial. Solía enviar al convento de la Magdalena de Masamagrell 100 panes cada sábado. Un sábado de Adviento envió, además del pan, tres fardos de pescado seco, bacalao, congrio, etc. El P. Vicente de Peramea, que era entonces Guardián y Maestro de novicios, recibió la limosna con escrúpulo, pareciéndole que era faltar a la pobreza. Fue a Valencia a comunicarle sus reparos al Patriarca; y éstejocosamente le dijo que no se preocupara, pues con más de 40 reli­ giosos que eran de comunidad, en 10 días se lo habían comido todo. Gustaba mucho de tratar con los religiosos; y para tener con ellos mayor facilidad, abrió una puerta en la pared que dividía su huerta de la de los capuchinos del convento de la Sangre de Cristo de Valencia y por ella entraba al convento, donde él mismo buscaba a los religiosos para tratar de las cosas del espíritu. En las frecuentes misiones indígenas que ordenó para la evangelización de los moriscos, se sirvió en varias ocasiones de los capuchinos, principalmente del P. Eugenio de Oliva. 54

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