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pueda uno imaginar. No se puede explicar con qué incansable atención se dedicó a instruirlos, hecho para ellos no sólo Maestro sino ejemplar de la perfección más sublime. Precedía a todos en la observancia exactísima de la Regla prometida; era el primero en el coro, donde cantaba las alabanzas divinas con tal fervor, que parecía que se encontrara en el cielo en compañía de los espíritus beatísimos. Quería las iglesias pobres, ciertamente, pero limpísimas, y no dejaba sin corregir defecto alguno que se cometiese en las iglesias, o que se refiriera a la limpieza de las iglesias. A imitación del Seráfico Padre quería los conventos, y especialmente las celdas destinadas para los religiosos, conformes con la altísima pobreza, y sobremanera estrechas, y cubiertas por encima con cañas revestidas de cal. Admira ver a aquellos primeros capuchinos amaestrados por el P. Serafín, vestidos de paño burdo y vil, ayunar con mucha frecuencia con todo el rigor; dormir poco, y a lo sumo sobre desnudas tablas; caminar con los pies descalzos, ejercitarse frecuentemente en la salmodia divina y en la oración mental, de la cual aprendían todas las virtudes, la obediencia, la humildad y una tal modestia simple que se atraía las miradas y también la admiración de los seglares, los cuales los miraban como ángeles en carne mortal. ¿Qué otra cosa podían aprender del P. Serafín, su superior, más que ejemplos de cada una de las virtudes más perfectas? Castigaba con tal rigor su propia carne que parecía imposible imitarlo. Concurría al refectorio con los demás, pero no para saciar el hambre, sino más bien para apagar el ansia de padecer más, porque el refectorio era para él el teatro de sus mayores austeridades y penitencias. Llevaba sobre la des­ nuda carne un cilicio tan áspero, hecho a modo de coraza, que después de la muerte de este Siervo de Dios, habiéndoselo vestido Fr. Vidal de Alzira, no pudo sufrir su tormento por espacio de 24 horas. Ayunaba a ejemplo del Seráfico Padre casi todo el año, y en la cuaresma que precede a la resurrección del Divino Salvador, no comía más que pan y agua; incluso una vez en ella no comió pan, ni cosa cocida, sino que vivió con hierbas crudas solamente y alguna fruta, y en toda la Semana Santa no gustó cosa alguna hasta el domingo de Resurrección, excepto el Jueves Santo, estando a la mesa con los demás, y en esta Cuaresma todos los viernes se disciplinaba tres veces cruelísimamente a sangre, y 125

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