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8 6 80. La última víctima que tuvimos del cólera fue un Sacerdote Novicio, el cual, pocos días antes de morir, me decía: "¡Padre Guardián, yo pido al Señor que si ha de morir del cólera algún Religioso más de esta Comunidad, que sea yo, que para nada he de servir en la Orden!". Palabras que daban bien claramente a entender su profunda humildad y lo heroico de su caridad: las que debieron agradar tanto a Dios, que a los pocos días se lo llevaba víctima de dicha enfermedad, siendo el último que murió de ella en la Magdalena. Yo no tuve el consuelo de estar presente a su muerte por hallarme también en­ fermo: pero el Padre Francisco de Orihuela, que lo asistió, me contó lo siguiente: Poco antes de morir se quedó como arrobado, con los ojos fijos en el cielo, y al cabo de un buen rato volvió en sí y pronunció estas palabras: "¡Ella me salvará! ¡Ella me salva! ¡Sin ella sería como arrojarse al mar sin saber nadar!". Dicho esto entregó su alma a Dios. ¡Cuán hermosa es en la presencia del Señor la muerte de los justos! (1). CAPITULO VII: PROVIDENCIA DE DIOS PARA CON "LA MAGDALENA" 81. No puedo explicar en modo alguno lo que mi espíritu sufrió en aquella época, pues además de la confusión que yo sentía por verme tan joven al frente de una Comunidad tan numerosa y tan respetable (pues éramos más de ochenta, y mu­ chos de ellos venerables ancianos), aumentaba mi congoja la epidemia colérica con sus grandes estragos; todo lo cual, de tal modo influyó en mi ánimo, que por la grande ex­ citación nerviosa perdí totalmente el apetito y cuanto veía y oía todo me trastornaba, de tal modo que casi me desvanecía. En este estado, se presentó un día el jefe de la Guardia Civil para comunicarme que iban a poner cordón a los pueblos de Masamagrell, Museros y la Puebla de Farnals y que no podíamos salir de ellos. Muy impresionado por la noticia, le dije: "¿Pero no saben ustedes que nosotros vivimos de la limosna y que en esta casa somos actualmente más de ochenta de Comunidad?". A lo que me contestó: "¡Yo qué quiere usted que le diga, Padre! Nosotros no hacemos más que cumplir las órdenes que nos dan", oído lo cual, levante los ojos al cielo y dije: "¡Pues Dios proveerá!" y así fue porque, cual reguero de pólvora, se esparció la noticia por los pueblos de la comarca que los Religiosos de la Magdalena padecían hambre, y de todas partes afluían gentes cargadas de pan y otros víveres, no obstante los gran­ des trabajos que habían de sufrir los pobres para esquivar la vigilancia de la Guardia Civil. 82. Y fue tanta la abundancia de comestibles con que nos regaló la Divina Provincia en aquellas circunstancias, que hubo día en que las mesas del refectorio es­ taban llenas de pan; por lo que hube de decir al portero que, agradeciendo a los fieles sus limosnas, les dijese que no podíamos recibir más pan, pues teníamos tanta abun­ dancia de él que no era posible consumirlo ni aun darlo a los pobres, porque no les dejaban llegar al convento. Empezó el portero a dar cumplimiento a mis órdenes, pero me vino diciendo: "Padre, imposible dejar de recibir las limosnas, pues la gente se aflige y llora, exponiendo los muchos trabajos que les ha costado el poder esquivar la vigilancia de la Guardia Civil". En vista de ello, dispuse las recibiese y que fuese cor­ tando como para sopa de pan y tostándolo al fuego; así se hizo, y se llenaron varios sa- (1) Dicho sacerdote novicio era el P. Segismundo de Herrera. Los otros tres religiosos que murieron del cólera era los religiosos legos: Fr. Serafín de Coria, de 31 años de edad; Fr. Serafín de Villafranca, de 26 años de edad; y Fr. Modesto de Cetla de Núñez, de 29 años (cf. P. EUGENIO DEVALENCIA, Necrologio de los Frailes Menores Capuchinos de la Provincia de la Preciosísima Sangre de Cristo de Valencia. Valencia, Imp. Semana Gráfica, S. A., 1947, números 504, 547, 581 y 534).

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