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P. MIGUEL DE ALBALATE El celo es el que hace y forma al misionero, y puesto que el celo procede de la caridad, como efecto de su propia causa, síyue?e en buena lógica que, cuanto mayor y n.tU intensa es ¿a caridad en un alma, tanto mayor', más intenso y fervoroso os el celo que siente por la gloria de Dios y por la salvación de las almas; la gloria de Dios y la salvación de los hombres son los dos objetos primordiales del celo. Dios es el objeto pri­ mario de la caridad, y las almas, el objeto secundario, en cuanto que las amamos por Dios. Pero dice Jesucristo que no hay caridad mayor que la del que da la vida por sus amigos y semejantes. Majorera chari- tatem nemo liabet, quam ut anirnam snam ponat quis pro arnicis suis (1). No parece que se pueda amar más ni hacer más por el prójimo que dando la vida por él; pues con esto sacri­ ficamos el mayor de nuestros bienes y el que es base y funda­ mento de los demás, y sacrificada nuestra vida temporal por Ja espiritual y eterna del prójimo, todo lo demás, honra, ri­ quezas y deleites, queda también sacrificado. Así, Jesucristo, aun cuando nos dió muestras de su infinito amor a los hombres en su Encarnación, en su Nacimiento en s:.i vida de predicación y apostolado, pero ese amor tuvo su remate, suj perfección y culminación en su muerte de cruz, con la cual nos redimió y rescató del poder de Satanás y nos atirió las puertas del cielo. Su crucifixión y su muerte fué el corona­ miento de su Divina Misión, Lo mismo hicieron los Apóstoles. Todos ellos, después de haber amado a los hombres y de haber empleado todas sus (1) Joan. 15-13. — 289 — 19

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