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ellos para instruirlos en la fe. Pero como su misión y las cartas de la Santa Sede era para el Rey del Benin que los había pedido a Su Santidad, no creyeron conveniente acceder a tan buenos deseos, sino que continuaron su viaje. Todos tuvieron mucho que sufrir en este viaje, porque el P. Pre­ fecto y el P. Gregorio, fueron presos por los holandeses y los otros pudieron escapar en un navio y llegar al puerto de Goto. Aquí se entrevistaron por primera vez con los Ministros del Rey, los cuales se esforzaron por estorbar e impedir la entrevista de los Misioneros con el soberano. Con los muchos trabajos enfermaron gravemente los Padres José de Gijona y Eugenio de Flandes y murieron santamente en la paz doi Señor antes de poder empezar su apostolado.” Al fin todos fueron presos en Goto y nuestro fervoroso hermano permaneció durante tres meses en la cárcel pade­ ciendo graves penalidades de hambre, sed y calor. Libertados de la cárcel providencialmente, por dos herejes, inglés el uno y holandés el otro, se embarcaron en un barco inglés para el cabo del Lobo, con intención de buscar allí embarcación para Europa, ya que se les hacía imposible penetrar en el Benin; pero fueron a parar contra viento j marea a la Isla del Príncipe donde todos eran ya católicos y fueron muy bien recibidos. Estuvieron en elia trabajando incesantemente y con mucho fruto durante seis meses, y aun hubieran continuado por más tiempo; pero viendo el capitán de un barco portugués que había llegado a la Isla el grande afecto que los habitantes de ella tenían para los Capuchinos, y temeroso de que éstos quisieran someter a aquellos habitantes a la jurisdicción v obediencia del Rey de España, los trajo como prisioneros a Portugal, y de aquí pasaron a España a sus respectivas pro­ vincias.” Así terminó Fr. Gaspar su misión. Poco más de dos años debieron transcurrir desde la salida de nuestro Misionero para la Misión hasta su vuelta. No pudo por tanto trabajar mucho y en la medida de su celo en la re­ ducción y salvación de los infieles y sedvajes, pero hizo y sufrió cuanto se le ofreció por amor de Cristo, por lo cual habrá sin duda merecido en el cielo la corona del Apostolado. — 257 — 17

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