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le dispensaba la Sagrada Congregación y la influencia que tenía en la Corte. Obtenidos los despachos, pidió humildemen­ te a sus Superiores la debida licencia y compañeros para la dicha misión de la isla de Granada. Instalada ya la Misión de los Padres de la provincia o« Aragón en la provincia de Cumaná, como antes queda dicho, luego se vió en la necesidad el Superior de enviar a Fr. Fran­ cisco otra vez a España en busca de nuevos Misioneros y para defender a la Misión de las acusaciones del Gobernador de Nueva Barcelona, de los cuales hablaremos más adelante. Muchos y muy grandes ,trabajos había sufrido el infa­ tigable Misionero durante su azarosa vida; los veinte años qué estuvo de militar los pasó casi todos en campaña o reco­ rriendo los mares, después, en la religión, fué asombrosamen­ te mortificado y austero haciendo largos y penosos viajes a pie. Desde Calais, en el norte de Francia, vino a Zaragoza, y sin descansar fué a Boma y siguió a Madrid totalmente descalzo; la jornada de Madrid a Cádiz la hizo en la misma forma tres veces. Los viajes que hizo por el mar en la con­ ducción de las Misiones del Congo, Darién y Piritu, no fueron menos trabajosos. Añádase a esto que padecía mal de gota, que había recibido muchas heridas y que tenía cincuenta y cuatro años y nadie se extrañará de que preguntado en Cu- maná por un amigo, a dónde iba, respondiera: A Madrid me manda la obediencia; pero antes de salir de América, em­ prenderé el último viaje. Así fué en efecto, porque en el puer­ to de La Guaira, al tiempo de embarcarse le sobrevino la úl­ tima enfermedad, de la que murió el año 1651, volando su alma al cielo a recibir el premio de su glorioso apostolado.

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