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P. ANTONIO DE PIEDRAFITA Enseña °1 Espíritu Sanio por.* el Eclesiástico a no alabar al hombre durante la vida: “Ante mortcm ne laudes hominem quernquam" (1). Mas expresamente aconseja hacerlo después de la muerte, cuando no hay peligro de que las alabanzas le causen perjuicio alguno y en cambio hay en ello gran pro­ vecho para aquellos que le sobreviven. Está pues recomenda­ do alabar, elogiar y engrandecer la figura de los que han bri­ llado en su vida por sus virtudes y méritos, puesto que los varones esclarecidos, adornados de santidad, son como estre­ llas resplandecientes en el firmamento de la Iglesia, que con ■el fulgor de sus virtudes nos muestran a los mortales el ca­ mino del cielo, donde descansan de sus muchos trabajos y fatigas y son felices y bienaventurados, a fin de que también nosotros a imitación suya, -corramos con más ánimo y cele­ ridad por el mismo camino que ellos siguieron, esto es, por el camino de la perfección. Tal fué el P. Antonio y es justo que consten aquí su santidad y virtudes para edificación de los presentes y venideros, como fué de nuestros antepasados. Fué natural de Piedrailla, pequeño pueblo de la provincia de Huesca, de padres cristianos y piadosos, quienes lo educa­ ron desde su infancia en el santo temor de Dios, aprendiendo de ellos a llevar con alegría el yugo del Señor, que se hace suave y ligero a los que se acostumbran a ello desde los pri­ meros años. Fué tanto su deseo de consagrarse a Dios V dedi­ carse a su servicio desde su tierna edad que, causándole fas­ tidio lodos los juegos y diversiones de la edad, solamente añ­ il) Eclesiástico, capítulo 11, núm. 30. __ 2 2 5 — 15

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