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convento de Capuchinos, lugar que había escogido para to­ dos los duelos, como si en aquel lugar esperase alguna pro­ tección especial del cielo. Llegó pues D. Joaquín muy tempra­ no en la mañana de dicho día a la cruz del convento para aguardar a su competidor, y mientras tanto entró en la Igle­ sia a oír Misa, dejando encargado a su criado de que le avi­ sase la llegada de I), Miguel. Este, muy puntual también en acudir a la cita, llegó a tiempo en que D. Joaquín estaba oyen­ do el evangelio de la Misa. Avisado salió inmediatamente frente a la puerta del convento y cambiados los primeros sa­ ludos y cumplimientos de rigor, empezaron a esgrimir las es­ padas, que eran las armas elegidas para batirse. Duró poco tiempo el lance porque quiso la divina Providencia, que sien­ do D. Joaquín notablemente más diestro que su contrario en el uso y manejo de esta arma, 110 obstante a los pocos mo­ mentos quedase aquél fuera de combate y mortalmente herido en el pecho. Hallándole presentes en este duelo el lacayo, los padrinos y algunos criados de D. Joaquín, y viéndole ya casi en el suelo, llevados unos de la amistad y otros, de su natural compasivo, hicieron ademán de tomar alguna ven­ ganza y agredir a D. Miguel, mas el herido les rogó que no le hicieran daño alguno, pues le perdonaba de corazón si es que le había ofendido. Es de notar que en los cuatro lances sobredichos había es­ cogido el campo donde, como es costumbre entre nosotros, estaba la cruz del convento, como si tuviera algún presen­ timiento de lo que había de ocurrir, o como si en caso de sucederle desgracia alguna, estuviera mejor asistido en tío espiritual. Luego que cayó herido, pusiéronle en el coche en que había venido a fin de poner pronto y eficaz remedio a la herida que acababa de recibir. Hallábase el cochero tan turbado, que no acertando el lugar por donde había de dirigirse a la ciudad, las muías, cual sí obedeciesen a un impulso superior, se entraron por la plaza del convento. A las voces de auxilio y confe­ sión que daban los acompañantes, salieron los religiosos pa­ ra ver lo que pasaba, quienes por primera providencia lo in- — . 208 ™

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