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Manresa, Solsona, San Celoni, Villafranca, Blanes y Bañólas; cosa que hoy nos parecería imposible. El entusiasmo que se despertó en el pueblo a favor de los Capuchinos fué también causa de una gran corriente de vo­ caciones a nuestra Orden, no sólo de personas seculares, sino también de religiosos de otros institutos, especialmente de la Observancia. Aun estaban viviendo en la rectoral de San Ger­ vasio, antes de la fundación del convento de Santa Eulalia, cuando vistieron nuestro hábito siete religiosos de la Observan­ cia. Sobre todo, causó gran admiración el tránsito a los Capu­ chinos del P. Francisco Joer de Figueras, que era a la sazón Cus­ todio en su religión de los PP. Recoletos, con cuarenta religiosos más de su orden, lo cual se verificó el año 1583, por haberse extinguido en ese año la Recolección. Solamente así se explica que en tan breve lapso de tiempo pudieran multiplicarse los nuestros en número suficiente para dotar de personal los vein­ tiún conventos que habían sido fundados en Cataluña al fina- lizar el siglo XVI. Es verdad que no todos los que pasaron de otras religiones a la nuestra pudieron soportar un género de vida tan austero, de tanto recogimiento, oración y abnegación y acabaron por abandonarla; pero otros, en cambio, como el mencionado P. Fi­ gueras, el P. Alonso Lobo (que vino a nosotros de los Padres Menores Descalzos), el P. Bernardino de Alhama y otros mu­ chos, no sólo perseveraron, sino que fueron como firmes pun­ tales y columnas de nuestra Orden Capuchina en España, ocu­ pando puestos muy delicados y difíciles como los de maestros de novicios, lectores, guardianes y provinciales y terminaron su vida en ella santamente, como se puede ver con la atenta lectura de sus vidas en la “Biografía Ilispano-Capuchina”, del P. Llevaneras. Y téngase en cuenta que la prodigiosa multiplicación de conventos no se llevó a cabo sin contradicción, la cual no podía faltar a una obra tan del agrado de Dios, porque algunos, tanto religiosos como seglares, pretextando razones humanas, acu­ dieron a Felipe II y le indujeron y persuadieron a que ordena­ se a los presidentes y prelados del principado catalán, no con- — 14 —

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