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con las noches en este ejercicio y las empleaba en las divinas alabanzas. Veamos algunos hechos que lo comprueban. Su espíritu de mortificación le hacía tomarse venganza de su cuerpo como si se trataba de su mayor enemigo, y para que Ja carne no se insolentase contra el espíritu, la humillaba con tormentos continuos y la afligía con frecuentes disciplinas has­ ta derramar sangre. Fué varias veces Superior, y como tal, no se contentaba en ir delante de sus súbditos con sus pala­ bras y enseñanzas, sino también y de un modo especial, con el ejemplo, siendo el primero en observar los ayunos y las de­ más asperezas v mortificaciones de la Orden, y enseñando a todos con su conducta, a sufrir, llevar la cruz y morir al mun­ do, mostrándose siempre como ministro de Dios, a semejanza del apóstol, no sólo en las vigilias, en los ayunos, en la cas­ tidad, en sabiduría, en longanimidad, en el Espíritu Santo, y en caridad verdadera, sino también en mucha paciencia, en tribulación, en angustias, en el ministerio de la predicación V en trabajos de muchas clases. Era predicador de oficio, pero del número de aquellos de quienes dice Jesucristo que son grandes en el reino de los cielos, pues no se contentaba con enseñar, sino que practi­ caba lo mismo que enseñaba, haciendo sus viajes, a pie, des­ calzo y vestido de pobre y humilde hábito, como verdadero hijo de San Francisco. Anunciaba y evangelizaba la palabra de Dios, sin buscar para nada su gloria y el aplauso de las gentes, sino la sola honra divina. Componía sus sermones cor» gracia y así cod¡mentada la doctrina del Evangelio, era acep­ tada con mucho contento por los oyentes, y aunque afable y suave, sin embargo, enseñaba, exhortaba y corregía con tal eficacia y persuasión, que hasta las piedras se ablandaban y quebrantaban, cuánto má,s los corazones del auditorio. Ni la distancia de los lugares, ni la crueldad del tiempo invernal, eran suficientes a impedirle discurrir por los pueblos y aldeas exhortando a todos a penitencia. No es de admirar su gran celo, si se tiene en cuenta su espíritu de oración de la que aquél procedía. Mientras fué conventual en Zaragoza, se le observó tan apasionado por la — 125 —

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