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78 P . ANTONIO DE ALCACER Existen, por tanto, leyes tácitas entre los motilo– nes, o mejor, costumbres que se han convertido en nor– mas estrictas de proceder. Estas leyes son las que regulan, por ejemplo, las posesiones comunales, el territorio propio de cada gru– po, dentro del cual libremente pueden cazar y pescar los del mismo, pero no los otros. La propiedad priva– da y el respeto a la vida están asimismo encerradas den– tro de supuestas leyes que exigen absoluto respeto. Lo mismo se puede decir del matrimonio. Las injunas, ofensas y mucho más los homicidios quedan estricta– mente vedados y ay del que se atreva a quebrantarlos . Cierto es que no existen tribunales específicos pa– ra castigar a los infractores de estas leyes o costumbres con fuerza de ley; pero no por ello deja de existir la opinión pública que aprueba el comportamiento de los buenos y rechaza abiertamente el de los infractores. Aun en este último caso se da, si bien con no mucha frecuencia, el castigo corporal. En efecto, al que ha que– brantado una norma social preestablecida le reprende severamente ante los demás el jefe del grupo, con lo que queda en ridículo ante sus compañeros. Si la falta se repite, puede vapulearlo en presencia de los demás . Este acto reviste especial solemnidad. Reunidos todos los componentes del grupo, es acusado el culpable; si todos le creen merecedor del castigo, el jefe desgaja de un árbol una fuerte vara, con la que azota al in– fractor, a tiempo que le repite una y otra vez la causa del castigo. GUERRA L1 guerra, por desgracia, es una de las principales instituciones de la humanidad . Todos los pueblos, tan– to primitivos como adelantados, se han visto tarde o
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