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62 P. ANTONIO DE ALCACER a suspirar por cosas distintas, muchas de ellas fuera de su alcance y no en consonancia con su mentalidad. Esto ha producido cierto choque emucional que, de no remediarse, podría acarrear graves consecuencias. La la– bor que los misioneros realizan es excelente en este sentido: aspiran -y ya en parte lo están logrando– ª educarles en su ª!Ilbiente, a conducirlos paulatina– mente hacia nuestra civilización occidental, sin que se pierdan sus tradiciones y su folklore. Para los extraños la vida del barí resulta pnm1t1va y en cierto sentido lo es, s1 se la compara con otras existencias. Sin embargo, para ellos, dentro del volun– tario hermetismo en que han permanecido secularmen– te, es la más adecuada a su mentalidad y a su evolución . ~ Un día ordinario en el bohío motilón discurre lla– namente, sin complicaciones, hasta con rutina sofornnte. Al alba despiertan todos, menos los pequeños. La mujer prende el fogón, s1 es que se ha apagado, cosa que procuran que no suceda. El marido se queda re– costado en la hamaca. Se calientan las sobras del día anterior; lo mismo, algunos plátanos. Preparado este frugal desayuno, se lo comen entre todos los ele la fa– milia: ya los niños para entonces están bien despiertos . Luego se reunen los varones y se dirigen, en compa– ñía de algunas mujeres, a cazar o pescar; otras, las que están criando o tienen niños ele pecho, quedan en la cabaña: los ratos libres los dedicarán a tejer, hilar, lim– piar la choza ... Les acompañan los ancianos e inváli– dos, que matan el tiempo en la ociosidad completa. Los niños de corta edad quedan asimismo en casa y se pasan el día jugando. A media tarde, algunas mujeres se dirigen a la parcela común para extraer algunas raí– ces: yuca, ñame. . . y recoger plátanos y aguacates, si los hay. Antes de que se ponga el sol están de regreso. También para entonces van llegando los varones, algu-

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